18 oct 2020

Reunión familiar

 
La Nena, que así la llamaban todos pese a haber cumplido ya los treinta, aparcó delante de la vieja casona familiar. Ya estaba allí la monovolumen de su hermano, cinco años mayor que ella. Este año, en vez de ir juntos, Luis había decidido llevar por primera vez a los mellizos (que le tocaban ese fin de semana según el acuerdo) al festejo. Ambos iban porque le prometieron a su madre que mientras viviera la abuela seguirían la tradición, pero la presencia de sus sobrinos le parecía innecesaria.

La Nena empujó el portón, que nunca se cerraba, y entró en la sala de estar. Luis se peleaba con la chimenea: el frío de noviembre calaba en los huesos. Menos mal que aún no habían llegado las lluvias. Los mellizos, Santiago y Rodrigo, de seis años, veían videos de una cerdita parlante en la tablet. Cosas del azar. Su padre no era tan despistado como para elegir ese entretenimiento concreto aquel día. Su madre surgió de la cocina y la abrazó. Detrás, lentamente, apoyando su menudo cuerpo octogenario en un pesado bastón, apareció su abuela, la responsable de perpetuar este encuentro, diferente a los de los cumpleaños, a los que iba con total agrado. Intercambiaron dos fríos besos en las mejillas. Remedios, la abuela; Remedios, Reme, la hija; Remedios, la Nena, la nieta. Tres generaciones, un nombre, un destino común que rompió la menor a los dieciocho años, cuando siguió los pasos de su hermano a la capital. A él no le pusieron objeciones, de ella se esperaba que se quedara en aquella casa para ayudar y cuidar a sus mayores.

Lo esperaba su abuela. Su madre estaba acostumbrada a salir adelante tras enviudar cuando acababa de cumplir los cuarenta, hacía ya dos décadas. Regresó al hogar materno y se dedicó a limpiar casas, la escuela, a hacer trabajos de costura, de plancha, a cocinar para el bar de la plaza… Gracias a sus dos manos nunca faltó nada imprescindible a la familia, porque si hubieran tenido que vivir de las correspondientes pensiones… A sus descendientes nunca les pidió ayuda, solo que estudiaran, que miraran por su futuro, y así obtuvieron las calificaciones y las becas que los alejarían de ella, por desgracia. Orgullo y tristeza provocados por un mismo logro.

-¿A qué hora vendrán mañana Eladio y don Pedro?

-A las nueve, como siempre-contestó, seca, Remedios.

-¿Quieres salir a ver a Florián? Desde el verano, ¡verás qué cambio! Los niños y tu hermano ya estuvieron con él.

-Sabes que prefiero que no lo llames por ese nombre, aunque todos los años te parezca un bonito homenaje a papá. ¿De verdad os compensan los gastos de alimentación y veterinario? Si ahora en el super hay de todo, todo el año.

-Pero no sabe igual. Todo eso sabe a plástico. Los de ciudad os pensáis que la fruta nace en las bandejas y que las vacas son cuadradas y de cartón.

-Abuela, yo no olvido dónde nací y de dónde sale lo que como. Y en los colegios se lo enseñamos a los niños, aunque no hagamos demostraciones prácticas.

-Tus sobrinos mañana sí que van a aprender.

-Eso temo, que nunca lo vayan a olvidar.

-Bueno, hija,-terció Reme- vamos a dormir. Hazlo por mí. Mañana será un gran día para tu abuela.

-Por supuesto, mamá. Cada vez quedan menos años en los que seguir con esto.


A las ocho y media, la Nena encontró a su madre en la cocina preparando los cubos para la sangre. Luis servía leche caliente en los tazones de desayuno de sus hijos, que miraban absortos otro episodio de la cerdita marisabidilla. “Estos hoy dejan de ver esa serie y de comer jamón...”, pensó la Nena.

-Nena, ve a ayudar a tu abuela a vestirse, que así yo termino de preparar las cosas antes de que lleguen los hombres.

La Remedios más joven abrió la puerta del cuarto de la más mayor, y encontró la habitación en penumbra, aún bajada la persiana. Se acercó a la cama y se sentó en el borde, junto a su abuela. Tocó su hombro para despertarla. Nada. La zarandeó suavemente. Tampoco. Tocó su rostro. Estaba frío.

La Nena corrió fuera del dormitorio. Su madre no pudo pararla cuando la vio cruzar el portón en camino decidido hacia la pocilga. Pero si notó las lágrimas que dejaba caer a su paso. Reme fue a ver a su madre, con la certeza de que habían cambiado totalmente los preparativos que tendría que poner en marcha aquel día.


En la pocilga, la Nena se acuclilló y buscó los ojos de Florián.

-Maldito cerdo, hoy te has librado. No deseaba escuchar tus hirientes chillidos como otros años sufrí los de tus hermanos, pero te desangraría yo misma si así pudiera recuperar a mi abuela, aunque fuera para discutir con ella una última vez.

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