24 sept 2009

Necesidad

Era de noche y confundió el camino. O al menos eso pensó al principio. Pese a que sus pies intentaban dirigirlo hacia la boca de metro, el intenso escalofrío que recorría su cuerpo le obligaba a seguir aquellas anchas espaldas. Había sido un segundo, un fogonazo apenas. El brillo en las esmeraldas de sus ojos, un casi imperceptible esbozo de sonrisa, y se abandonó a su suerte. Ya varias veces habían cruzado la mirada en el instituto, pero dos años de diferencia y un insistente pánico al rechazo los mantenían en silencio.

Aquella noche, el alcohol y el aroma dulzón del chocolate en la plaza les ayudaron a soltarse. Cuando lo alcanzó, Adrián esperaba en la puerta de su bloque. Mario le sonrió, desde su inexperiencia. El otro tampoco había querido probar nada aún. Se inclinó y besó sus labios. Sonrieron.

–Lo necesitaba.
–¿El qué?
–Comprobar que lo que opine el mundo me la suda si lo que hago me hace feliz.
–El amor no lo limita el mundo, sino los amantes.
Y se abrazaron bajo la luna mientras sus amigos los observaban en la distancia con total indiferencia.

Arrebato

Tenía la voz rota del tabaco y el vino barato, pero su sonrisa y sus ojos eran preciosos. Ebrios los dos (él de la noche, yo de ganas de probar), cambiamos mi virginidad por un beso de tornillo en el ascensor hasta su casa. Ocho pisos. No fue fruto de un romance, ni una reprimida pasión extrañamente correspondida. Sólo fue un calentón de una noche; no algo calmado y dulce como se imagina siempre. Hubo muchos más como él. Quizá algún día alguien me haga el amor.